30 mar 2013

CAMBIO Y CORTO


Hace 23 días que llueve intensamente. Caen esas gotas eternas e infinitas, que no mojan por fuera, pero que calan por dentro. Suena el preludio de Tanhäuser mientras escribo estas erráticas frases. No puedo dormir, no quiero dormir si por un momento me voy a perder el hilo secuencial. Es un aguacero sordo. La piscina ya no admite más agua, se está desbordando hacia dentro. Wagner no me deja solo. Y su sutileza permite que el repiqueteo de las teclas oscurezca levemente el avance de la Wehrmacht sobre la estepa polaca. Ni rastro de la caballería enemiga. La guerra sólo existe en los libros de historia y en los noticiarios del Ministerio de la Verdad. Ahora le toca el turno a Lohengrin. Siempre vuelvo al mismo punto de partida. Siempre hago el mismo camino. Los euros son de nuevo pesetas. Y el sol no aparece ni por decreto ley. ¿Por qué aquellos años me parecen siempre tan grises? ¿Por qué me han marcado tanto de una forma tan invisible? He probado el negro y el blanco, pero siempre escojo el punto intermedio de una manera inconsciente y ciega. No divago, más bien vago por un difuso valle de los caídos que sólo mi calenturienta imaginación dibuja entre sombras de meses de billar, con Roxy Music de fondo. Miro atrás sin ira porque sé que nunca me convertiré en una estatua de sal. Algún día regresaré a las ruinas de ese sueño. Y volveré a andar por encima de los coches una noche de verano fresca empastillado hasta las cejas. El año que descubrí Blue Monday nunca existió, y todos los templos que visité aquellos días se van derrumbando después de mi paso. Ya no sé qué es lo real y qué lo inventado. Quizás pretenda eso, mezclarlo todo para no darme cuenta de lo que hice. Qué joven que era, qué iluso que fui. No supe disfrutar de los frutos del placer, de los minutos de gloria, de los momentos únicos, de las noches oscuras y de los días claros, pero estaba allí, y lo cuento. Saldré sin paraguas, necesito sentirme vivo. Quiero temblar de nuevo.

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